Era la tarde de un martes cualquiera y estaba limpiando cajones cuando encontré unas fotos que ya había olvidado.
Estas fotos cumplieron el cometido para el que habían sido inventadas: me trasladaron al momento en el que fueron sacadas.
Ahora en la tranquilidad que da el paso de los años, que da la paz de la vejez, empiezo a recordar la historia vivida en aquellos días, en aquella casa, en la casa de estas fotos.
Fue una mañana en la que salí a caminar y me alejé más de los habitual adentrándome en un terreno que luego supe que era privado.
Andando, andando, llegué hasta una casona bastante fea, con la pintura desconchada, las persianas rotas a medio bajar y algún cristal que otro roto.
Como no había perros ni gatos ni animal alguno que yo viera, deduje que estaría vacía, abandonada y vacía.
La inspección
Me acerqué y dándole un empujón a la puerta la abrí.
Me sorprendió ver que el pasillo estaba bastante limpio, con un paragüero en el que había un bastón y varios paraguas viejos.
Seguí y entré en una habitación en la que sólo había una cama de 90 con ropa pero sin hacer. También había una caja a modo de mesilla y una silla delante de la ventana, ventana que estaba cerrada con unos cristales bastante sucios.
En el mismo pasillo y un poco más adelante, abrí otra puerta y vi la cocina.
Estaba como la habitación, se apreciaba que no había sido limpiada muy a fondo pero que era usada.
Una cocina de gas pequeña, unos cuantos platos de distintos colores y formas, unas cazuelas, vasos, cubiertos... todo posado de cualquier manera encima de la meseta al lado de un fregadero que también tenía platos y cubiertos sucios.
Encima de la mesa había un trozo de pan duro, una servilleta de tela con algunas manchas y arrimada a la ventana una sola silla.
Ya empezaba a estar algo preocupada por si me encontraban allí, pero la curiosidad era más fuerte que mi sentido común, pues yo nunca había visto a gente entrar o salir por el camino que llevaba a esa casa y me parecía muy extraño que hubiera una casa tan escondida y habitada, pues aunque de forma bastante descuidada, todo indicaba que allí vivía alguien.
Salí de la cocina y fui abriendo otras puertas que había en el pasillo, no había nada en ellas, sólo una caja vacía y un par de mantas tiradas en el suelo.
Al fondo del pasillo había una puerta y al abrirla vi que daba a una escalera.
Ya un poco tensa por el miedo, llamé con los nudillos a la vez que con voz bastante alta pregunté:
-Hay alguien?? Eh, hay alguién ahí arriba? Soy una vecina...
No hubo respuesta, así que después de decidir si bajaba o subía: subí.
En el piso de arriba había cuatro puertas. Fui abriéndolas y a la tercera estaba ya decepcionada, no sé qué esperaba encontrar, pero desde luego, no tres habitaciones absolutamente vacías, sucias y con las ventanas rotas (las que desde la calle había visto antes de entrar).
En la cuarta puerta me enfadé un poco, la puerta estaba cerrada con llave, pero fui sensata y no forcé la entrada.
Bajé despacio, pues los escalones metían un ruido de madera vieja y temía que se rompieran.
Al llegar al piso, me paré a pensar y me dije a mi misma que lo que estaba haciendo no estaba bien. Peor aún, era un delito, ya que desde la entrada se podía deducir que era una casa habitada y yo la había invadido.
Siempre pensé que era una mujer sensata, precavida e incluso algo pasota, por lo que no entendía qué hacía husmeando en una casa ajena. Debía salir de allí y seguir caminando, que era para lo que había salido de mi casa.
Eso es lo que pensé, pero mientras lo pensaba ya había empezado a bajar los escalones que me conducían al sótano o lo que fuera lo que allí abajo hubiera.
Al final de la escalera había una puerta que parecía de hierro y estaba entornada, la empujé y entré.
Me llevé un susto de muerte, pues había una lámpara encendida encima de una mesa y un libro abierto.
-Hola, buenos días! Eh, hay alguien ahí? Oiga, no quiero molestar, pero es que oí un ruido (no era verdad, pero algo tenía que decir para justificar mi entrada)
Nada, no hubo contestación tampoco esta vez.
Me acerqué a la mesa y llevanté una silla que estaba tirada en el suelo. Miré todo y sin tocar nada más, salí de allí con la sensación de estar haciendo algo malo, muy malo e ilegal.
Ya casi corriendo salgo del sótano y de la casa, me alejo y campo a través me vuelvo para la mía.
"Estoy loca, mira que entrar en una casa!" Quién o quiénes vivirán allí? Desde cuándo estarán viviendo? Vivirán muchos?
Al hacerme estas preguntas me di cuenta de que no me fijé en la ropa, claro, debí de mirar la ropa!
Repasando mentalmente el recorrido por la casa, me di cuenta de que no había visto ningún armario. Cómo iba a mirar la ropa, si no había armarios?
Qué casa tan rara! nunca conocí una casa sin armarios.
Dónde tendría esa gente la ropa?
Esa gente, cuántos vivirían allí?. Sería una familia?
Más bien parecía que viviera una sola persona, por los pocos platos, vasos y cubiertos.
"Bueno, mañana temprano vuelvo. Mañana vuelvo y saco fotos, así puedo ver si cuando vuelva está igual o cambian algo, quiero saber quiénes viven en esa casa. Decididamente estoy loca, pero lo voy a comprobar".
otra vez en la casa
En todo el día no fui capaz de quitarme el recuerdo de la casa y deseaba que llegara el día siguiente para volver.
Lo peor de todo era que, como sabía que lo que había hecho y lo que pensaba hacer era algo ilegal, no se lo podía contar a nadie, así que andaba de un lado a otro por mi casa concentrada en mis pensamientos.
Por fin llegó la mañana, y sin demoras, casi al amanecer, salgo como si fuera a caminar y me dirigí directamente a la casa que parece abandonada pero que yo ya sé que no lo está.
Llamo a la puerta de entrada; no hay respuesta. Fijándome bien en todo entro y veo que está como recordaba que estaba ayer.
Saco fotos y sigo mirando en las habitaciones; nada, todo sigue igual. No hay más ropa ni menos. Compruebo que no hay armarios y me pogo a buscar el baño. Pienso que en el baño tengo que saber si hay una o varias personas viviendo en la casa. Observando el baño se nota enseguida.
El número de cepillos de dientes, las toallas, la máquina de afeitar si es que hay algún hombre, las cremas de la cara, si es que hay alguna mujer. Todo éso se nota en cualquier baño de una casa.
Siempre he pensado que el baño de una casa es el espejo de sus habitantes. Como su carnet de identidad.
Vuelvo a abrir todas las puertas y quedo impresionada: no hay ningún baño!
Nunca había visto una casa sin baño!
Una casa que no tiene armarios ni baño!!
Ahora no sé que hacer, sé que no debo forzar la puerta del final de la escalera, pero es que marcharme así, sin saber más...!
Mientras me decido saco varias fotos por dentro de la casa y salgo a mirar por los alrededores.
Me adentro en el bosque y con más miedo que respeto, camino y camino hasta encontrar una casita apropiada para guardar aperos de labranza y tal vez algún animal para hacer la matanza.
Me doy la vuelta y entro de nuevo en la casa. Bajo al sótano y veo que la lámpara sigue encendida, ahora ya más confiada, cojo el libro abierto y veo que está nuevo, no recién comprado, pero sí nuevo. Gárgoris y Habidis, Una historia mágica de España. Fernando Sánchez Dragó.
Reconozco al autor, pero no recuerdo haber leído nada de él y mucho menos un libro con un título tan raro y largo. Al lado hay otro, es la segunda parte y está cerrado.
Ya totalmente decidida a saberlo todo de esta casa, me dedico a mirar. Creo adivinar que la persona que estaba leyendo este libro, tuvo que salir muy deprisa, ya que no cerró el libro, ni siquiera apagó la luz y ayer yo levanté la silla que volvía a estar caída.
Vuelvo a la cocina y lo que veo no me dice nada. Una cocina más bien fea y medio vacía. En una alacena hay algo de comida prefabricada (en la mía también) galletas, leche, latas y pan de molde reseso.
En un cajón hay papeles y facturas, veo que paga muy poquito de luz, no hay más recibos por lo que me imagino que el agua es de un pozo. Así suele ser por los alrededores.
Los recibos están a nombre de Indalecio De las Torres de Burgos y Sáez. Dios, ése nombre ya no debe de existir. No hay nadie que se llame así desde hace 100 años (pienso yo).
Junto a los papeles hay una cajita, la abro y veo tabaco de liar, como el que usan los chicos hoy en día y un par de puritos. Por el olor pienso que es fresco, que se podría fumar.
Los pensamientos
Es muy tarde así que me vuelvo para mi casa, llena de excitación y con menos miedo del que tenía cuando salí.
Me pongo a hacer las labores de mi casa mientras pienso en todo lo que vi.
Me imagino que he tenido suerte y que he encontrado una casa misteriosa como la que encuentran en los cuentos los chicos. Me siento afortunada y decido guardar en secreto mi descubrimiento.
Pienso que como la cama estaba sin hacer, los utensillos de la cocina digamos que limpios, pero desordenados y que había tabaco, es fácil deducir que allí vive o vivía un hombre.
Apenas me doy cuenta de que quiero que sea un hombre y sólo un hombre el que viva en la casa que hasta hace unos días yo pensaba que estaba abandonada. No sé porqué, pero deseo que sea un hombre.
"Seguro que es un ejecutivo, que quiere estar solo para recuperarse de un gran estrés.
Igual es un escritor que se ha retirado para escribir en soledad.
Quizá sea un recién separado que no sabe qué hacer con su nueva vida.
Pero y, dónde tiene la ropa? Todo el mundo tiene ropa!
Claro que si se marchó de casa hace pocos días, igual no le ha dado tiempo a traerla."
Así paso el día y me duermo pensando que por la mañana volveré a la casa.
Amanece y se presenta un hermoso día. Ya a esta temprena hora se nota que va a hacer un día de calor, está claro y cálido el ambiente. El camino está húmedo del rocío de la noche, pero yo no lo noto, sólo tengo una idea: llegar a la casa y ver si puedo saber quiénes viven en ella.
Entro en la casa como si fuera mía. Ni siquiera se me ha ocurrido llamar. Echo una ojeada a la cocina y nada parece haber cambiado. Sigo y bajo al sótano. El libro sigue igual, y la lámpara encendida. La apago pensando que el señor De las Torres de Burgos (vaya nombre, eh?) va a pagar una factura más abultada de lo normal.
Miro para los demás libros y no reconozco ninguno. Veo un sobre abierto y dentro muchas fotos en blanco y negro. Las miro, hay hombres, unos montados a caballo y otros a pie.
Me da la sensación de que son antiguas, que no son de aquí.
Las miro bien y veo que un hombre de unos 40-45 años está en todas ellas, por lo que pienso que es el dueño de las fotos y que también puede ser el que vive en la casa.
Me acerco a la ventana para ver mejor las fotos. En el reverso algunas tienen fecha, son del año 1984.
Si es el mismo hombre que habita la casa, tendrá unos 65 años aproximadamente.
Me pregunto cómo será, si está solo y porqué, pero sobre todo, me pregunto dónde está ahora?
Llevo tres días viniendo y no lo he visto, dónde está? Ya no reprimo mi imaginación y pienso que la casa está habitada por un hombre, solo, apuesto y muy culto. Lleno de amabilidad y con una gran capacidad y paciencia para contar aventuras. Aventuras vividas por él o conocidas de otros.
Sí, en la vieja casa vive un hombre... Pero, dónde está? Seguramente que ha tenido que ir a la ciudad a trabajar. Sí, éso es. Seguro que viene por las noches y se va por las mañanas, por éso casi no hay comida, por éso no hace la cama, por éso tiene pocos cacharros en la cocina.
Pero, dónde se lava?
Dejo las fotos en su sobre, vuelvo a la cocina y miro si hay alguna toalla. Nada, sólo papel y unos paños para secar los cubiertos. Dónde estás, Sr. De las Torres de Burgos?
Será alguien de Burgos?
Más bien será un descendiente de este señor, hoy en día no se tienen ni se usan estos nombres.
Sin darme cuenta he colocado los platos y secado los tenedores. Me dispongo a barrer el suelo cuando me doy cuenta de que estoy en una casa que no es mía y que he entrado sin permiso.
Pienso que cuando vuelva de trabajar, estará cansado y agradecerá que una buena persona le haya arreglado la casa.
Se me hace tarde, me marcho pues me esperan en mi casa, sí, en mi casa, que es donde debería de estar.
Llego a mi casa y empiezo a hacer todo lo que tengo que hacer, lo hago de forma mecánica, mi cabeza está ocupada en pensar en el hombre que vive en la casa.
Estoy tan concentrada en mis pensamientos, pensamientos que giran en torno a la casa, que mi familia piensa que estoy preocupada y me acosan a preguntas.
No puedo decirles nada. Lo que estoy haciendo es ilegal, lo que estoy pensando es inmoral, no puedo decírselo a nadie.
Así paso el día, sólo espero que pase el tiempo para que al amanecer pueda volver a la casa.
Cada paso que doy tengo la esperanza y el temor de encontrarme con el dueño (ya está totalmente decidido que es un hombre y que está solo).
No hay nadie, pero algo me dice que ha habido cambios, algo está en un lugar distinto al de ayer. No sé qué es, pero noto algo.
Bajo al sótano y casi me muero del susto; la lámpara está nuevamente encendida y el libro, que hasta ayer estaba abierto, ahora está cerrado y rodeado de otros.
Salgo al campo para serenarme y pensar.
"Seguro que vino ayer y ya se ha ido a trabajar. En qué trabajará? Si como parece tiene más de 65 años, no debería estar jubilado".
De nuevo en la casa entro en la habitación. Toco las sábanas, aún están tibias y desprenden un agradable olor.
El que huelan bien me deja más sorprendida; de dónde las trae? Dónde las lava? Dónde se lava él?
Sigo con ellas en mis manos y siento que algo parecido a una corriente eléctrica me recorre el cuerpo. Me gusta tocarlas, me gusta su olor, su tacto. Pienso que no hace mucho estas sábanas estaban arropando a un hombre, hombre que imagino apuesto, sensible, agradable. Quién es este hombre?
Decidida a saber más de lo que sé, hago la cama, estiro la colcha y coloco los cojines.
Cuando esta tarde o esta noche vuelva a su casa, este hombre misterioso sabrá que ha sido violada su intimidad. Que alguien friegue y seque sus platos, puede ser que no le importe demasiado, pero que se invada su espacio más íntimo... Cómo reaccionará?
Tal vez manaña cuando venga me lo encuentre esperándome con la policía. O lo que es peor, que esté escondido con la escopeta preparada y se líe a tiros conmigo. Yo sé que algunas gentes de las aldeas acostumbran a saldar las diferencias con los vecinos a tiro limpio de escopeta.
Qué me esperará mañana cuando nada más amanecer venga de nuevo a la casa?
Continúa en: "La Casa II"
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LA CASA |
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Un espejismo |
Está sentada en un banco de piedra, en el pórtico de una pequeña iglesia, con un portalón que más parece de una cárcel por lo imponente. Mira para él y piensa que si las iglesias eran para atraer a la gente, para refugio de la gente, cómo es que les ponían una puertas que sólo hacían pensar en marcharse corriendo? ¡Qué pensanmiento tan tonto!Sí, era un pensamiento tonto en un momento tan lleno de recuerdos fascinantes.
Sentada allí, sola y con un silencio apenas roto por el píar de algún pájaro y el constante murmullo de las hojas que provocaba una suave brisa, ella estaba volviendo a vivir el día. Estaba llenándose del recuerdo de las sensaciones recien vividas.
Era ya al atardecer y hacía unas horas que se habían separado pero aún oía su voz, la voz de un hombre convencido. La voz de quién está decidido a conseguir los objetivos marcados.
Aún resuena en sus oidos ese tono intenso con el que le contaba sus sueños, lo que esperaba de la vida, sueños por los que luchaba, por los que vivía.
Mientras mira para la torre de la solitaria iglesia, ella piensa que le desea de todo corazón que los consiga.
Piensa que él se lo merece. Alguien que le ha hecho vivir un día tan hermoso, sólo puede merecerse lo mejor.
Hoy ha conocido a una persona llena de vitalidad, de alegría, de ganas de vivir; un hombre que no ha dudado en compartir unas horas de entusiasmo con ella.Han pasado el tiempo en un paraje hermoso, a la vera de un rio custodiado en todo su recorrido por una exuberante vegetación, en un rincón de su largo camino habitado por pájaros, delante un castillo que vigilaba el bien vivir de las gentes que moraban en unas impresionantes casas de piedra.
Han pasado las horas disfrutando de unas a veces alegre, otras un poco más seria pero siempre en una agradable conversación que ha dejado su alma llena de paz y confianza.
Sí, de confianza en la gente, algo que había perdido.
Un paisaje idílico para una experiencia inolvidable con una compañía inmejorable. Así había sido ese día, el día en el que ahora se encontraba sentada sola ante una antiquísima, pequeña y solitaria iglesia.Pensaba que las horas habían pasado como minutos, que si bien hablaron como cotorras, tenía la sensación de que se le quedaron miles de cosas sin decir, cosas de las que le si el tiempo se lo hubiera permitido, le habría gustado hablar.
Seguía recordando la expresión de su cara, una cara franca adornada con unos preciosos ojos azules, cuando le contaba cuáles eran sus sueños.
Un hombre que está decidido a luchar por alcanzar tan hermosos sueños, tiene el derecho de lograrlos.Ella, sentada allí, sola y rodeada de silencio, le desea con todo su corazón que los consiga.
Ella allí sentada disfrutando del recuerdo del día vivido, piensa que él se ha ido y se ha llevado un trocito de su corazón. No le importa: lo que ha quedado, está lleno de agradecimiento por haberle mostrado el camino de la alegría.
Una alegría que ella había perdido, pero que desde hoy está convencida que recuperará. Él se llevó un trocito de su corazón, sí, pero él a cambio le recordó que la vida es para algo más que para estar triste y desconfiada.
"Gracias Sr. Pérez (sí, Sr. Pérez de Castilla, que se me ocurre pensar que para poder ser Sem..., tenías que ser primero Pérez, si no pregúntale a tu mamá) gracias por compartir conmigo tu alegría, entusiasmo y ganas de vivir. Quédate con el pedazo de corazón que te llevaste y recuerda siempre que el resto que aquí se queda, te recordará siempre con un inmenso cariño y no pierde la esperanza de algún día volver a encontrarte".
Ella, ahora que se acerca el momento de volver a la rutina, se siente feliz porque ha estado al lado de un hombre auténtico, genial, alegre, con una mirada limpia, llena de confianza en el mundo y con ganas de compartirla.
Sí, por la mañana fue al encuentro de un desconocido, por la tarde se despidió de un amigo.
Gracias Sr. Pérez.