Miguel mira el reloj y se sorprende de lo tarde que es.
Siempre le pasa lo mismo; se olvida del tiempo, se olvida del mundo.
Como otras muchas tardes desde hace muchos años, Miguel se sienta en la misma roca, mira el mismo mar y piensa en las mismas cosas. Una y otra vez, sus pensamientos, sus sueños, sus deseos, se repiten.
Miguel sabe que son sentimientos compartidos por muchos de sus paisanos, por muchas de sus vecinas, mujeres que se pasan la vida esperando al esposo que un día se fue. Deseos, sueños, pensamientos compartidos por su madre, por su madre especialmente.
Siempre ha sabido lo mucho que su madre ha mirado -mira aún - al horizonte queriendo ver más allá, allí donde el sol se recoge cada día, allá lejos donde una hermosa línea une las aguas del mar con las nubes del cielo.
María, la madre de Miguel, se ha pasado los años mirando, imaginando, soñando.
Soñando que el que se marchó hace tanto tiempo, vuelve y ella reconoce en el recien llegado al que un día muy lejano se fue y con él llevó su juventud, sus ilusiones; su vida.
Ahora María, la madre de Miguel, ya no espera, ya no cree, ya no mira. Muchos fueron los años en los que María acudía diariamente al mismo lugar en el que ahora está Miguel, y esperaba a ver si veía a su hombre volver. Miraba y le preguntaba al sol, si no estaría allí donde él se escondía cada atardecer para pasar la noche. Después de muchos años, María se decía que tal vez un día su hombre cuando volvía para casa, un golpe de mar se lo llevó allí, hacia aquella hermosa línea y ahora está recibiendo cada tarde al sol para que le lleve noticia
s de ella, del hijo aún no nacido que dejó aquí, de cómo han vivido.
María se refugia en estas fantasías para mermar su dolor e imagina que su hombre volvió. Que no llegó, pero que volvió. María ahora ya no espera.
Ahora es Miguel el que cada día se acercaba a la roca donde pasó tanto tiempo su madre y con el sonido de las olas, sonido que conocía desde antes de nacer, Miguel sueña que un día llegará desde la línea, la hermosa línea que hace que se junten las aguas y las nubes, un hombre y en él reconocerá al padre que sunca tuvo.
Miguel sueña que los dos aprenden a quererse, que ya no importará haber sido uno de los muchos niños sin padre del lugar.
Cada tarde Miguel piensa en el que se fue y espera como antes esperó su madre, como otros niños sin padre, otras esposas sin esposo, otras madres sin hijos esperan y han esperado.
Estos son los pensamientos que se repiten una y otra vez. Los pensamientos que sabe que han tenido, que tienen las gentes del lugar.
Desde siempre los hombres han salido a buscar una mejor vida y ya sea trayendo los frutos del mar, ya en tierras lejanas más allá del mar y los hijos, las madres, las esposas han esperado, siguen esperando.
Algunos de estos hombres habían vuelto, unos con más fortuna que otros, pero todos con el dolor de la distancia, de la soledad, del cansancio marcado en el rostro.
María sabía de estas vueltas, retornos cubiertos de nostalgia, incertidumbre.
María conocía casos de mujeres que después de estar años esperando el regreso, añorando al marido ausente, habían tenido que empezar a conocer a quien ya conocían, habían tenido que aprender a amar a quien ya amaban.
Eran tantos los años pasados, los trabajos realizados que no siempre los hombres que volvían eran los hombres que habían marchado.
Eran tantos los años transcurridos que no siempre la esposa que encontraban era la esposa que se quedara.
María pensaba si cuando él volviera sería el que marchó, si también en él se habrían producidos los cambios que en los maridos de otras mujeres del lugar veía.
Y ella? Seguía ella siendo la que fue?
También Miguel pensaba en éso. Se preguntaba a menudo si algún día llegaría un hombre desde la línea diciendo que era su padre. Tal vez algún día llegara a tener un padre. Se preguntaba cómo sería, si amaría a su padre, si su padre lo amaría a él.
Como otros antes, ahora, y en el futuro, pensaba en estas cosas mientras miraba al horizonte desde la misma roca en la que se sentaba cada día.
En las oscuras noches de los largos inviernos, cuando no se podía ir a mirar el mar desde la roca, Miguel al igual que hacía su madre, al igual que hacían los demás lugareños, se encerraban en sus casa y al calor del fuego ocupaba las horas de la noche en pensar, en esperar.
A María y a Miguel, les había tocado vivir en una tierra donde los hombres se hacían a la mar. Tierra hermosa donde las haya, tierra de gente callada, de gente que nace sabiendo esperar.
En la tierra de Miguel y de María, los veranos eran apacibles y los inviernos eternos. Les había tocado vivir en una larga espera de que los que se fueron regresaran.
Así era la vida en la tierra en la que María y su hijo Miguel vivían.
Tierra de hombres que se iban... y, a veces volvían.
Mientras los hombres se fueran por el mar, las esposas, las madres, los hijos, seguirían mirando al horizonte.
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La Espera Eterna |
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Desorientada |
Estoy perdida, desorientada. Una serie de cosas que me han pasado, me están superando, están exigiendo un gran esfuerzo mental por mi parte para poder entenderlas.
Creo que primero he de solucionar un montón de problemas referentes a la construcción de mi casiña, un tema este que pòr sí sólo, ya es para anular la ilusión de cualquiera.
Cada día pienso: dios mío, quién me mandó meterme en esto!!
La construcción de mi casa - más bien la no construcción - me está volviendo loca y además me ha privado de cosas que hasta hace poco eran de lo más importante en mi vida: me ha privado de la amistad de ciertas personas.
Cuando la casa esté terminada, para poder disfrutarla también tengo que centrarme, ubicarme y aprender a vivir con nuevos sentimientos, sentimientos que naceran en el vacío que dejarán sentimientos antiguos fuertemente arraigados que he de eliminar de mi corazón.
He de imitar a Andrés y hacer una gran limpieza de sentimientos, de recuerdos.
Sé que me va a resultar muy doloroso, ya que suelo entregarme en cuerpo y alma, ya que cuando quiero, quiero y cuando creo en alguien o en algo, creo.
Todas mis ilusiones,y muchas de mis creencias, se han desmoronado y he de aprender a valorar en su justa medida cualquier nuevo sentimiento que nazca en mi corazón.
Mientras esto ocurre, me siento sin ganas de hacer nada. No me apetece ni leer, ni escribir. No me apetece comunicarme practicamente con nadie.
Sólo espero que pase el tiempo y poco a poco vuelva la estabilidad a mi vida y entonces volveré a contar todo aquéllo que se me ocurra, procurando que sea más positivo que lo que pienso en estos momentos.
Un saludo a todos mis compañeros de aventuras blogueras.