Maina termina de recoger el salón. Ya limpió la habitación y también el baño. Todo limpio, a la espera de volver a usarlo.
Maina decide tomarse un té y mientras se hace prepara la taza, este azúcar no es como el nuestro. Piensa que hay muchas cosas que no son iguales a las de su país. No sabe si serán mejores, pero sí que son distintas.
Todo en su nueva vida es distinto. No puede evitar pensar en esto y unos pensamientos llevan a otros y así, sin darse cuenta se encuentra recordando su casa, su tierra, la vida que llevaba, la vida que dejó atrás. Su vida.
Maina piensa en su familia. Siente nostalgia, los echa mucho de menos, le da pena que estén tan lejos, pero sabe que hace todo lo que puede por ellos y en lo posible ellos allí deben de ser felices. Desde que ella está aquí, no les falta de nada, al menos de nada que sea normal.
Maina bajará en un momento al locutorio cercano y como cada sábado llamará su casa y hablará con su familia. Como cada sábado se llenará de pena, y se pregunta si sería posible recuperar su alegría, la alegría que sentía al estar con los suyos, allí, lejos, donde era alguien que ya casi no recuerda. Se pregunta cada sábado si volvería a ser lo que fue. Sabe que ya no es posible, ha perdido demasiado; lo ha perdido todo.
Llama, como cada sábado, llama.
-Qué hay mamita. Cómo está usted?
-Bueno hija, aquí haciéndole la lucha a la vida. Cómo estás tú? Estás bien?
-Sí mamita, estoy bien.
-Claro, tú si que vives bien! Ahí debes de vivir muy bien.
Si usted supiera, mamita...
-Bueno mamita, necesita usted algo?
-No hija, no. Ya sabes que no tengo salud pero con la ayuda de Dios y de la virgencita, voy viviendo.
Sí, con la ayuda de Dios.
-Madre, déjeme hablar con padre.
-Hola papito, cómo está?
- Muy bien hija. Desde que te fuiste, aquí se vive bien pero con pena por no tenerte. Cuándo vuelves?
-Pronto papito, pronto...
-Hija, no le hagas caso a tu madre, ya sabes que se queja por todo. No necesitamos nada más. Vive tú hija, vive tú.
-Gracias papito. Te quiero mucho.
-Yo también te quiero.
-Espera que tu hermanita te quiere hablar.
-Hola Maina, qué tal?
-Bien hermanita, cómo está usted? Y los bebitos?
-Bien. Hermana, me comprarás un aparato para escuchar los discos? Ahí hay muchos. Me lo comprarás?
–Sí, amorcito. Cuida mucho a los hermanitos pequeños. Y a mamita.
-Lo hago hermana. Un abrazote. Ahora te habla mi hermanito.
-Hola, cómo se vive por ahí? Cuándo me puedo ir yo?
-No lo sé. No es fácil.
-Sí lo es. Tú lo dices. Yo no quiero vivir aquí. Aquí no se vive. Nunca tenemos nada. Hermanita quiero irme contigo.
-Ya hablamos, ahora no puede ser. Necesitáis más dinero?
-Bueno, no vendría mal. Ya sabes que todo es muy costoso. Nacesito una moto.
Necesito? No necesita, pero se ha acostumbrado a que llegue dinero. Qué estoy haciendo?, qué estoy haciendo?
-Claro hermanito, yo les mando, ahora ya les mando. Cómo gastan todo lo que les mando?
Todos los sábados se reproduce la misma conversación. Unos con otros, son muy parecidos y cada vez tiene la misma sensación. Siente que están abusando de ella y, sabe que le mienten. Ésto es fácil de saber. Ella reconoce las mentiras, ella misma miente cada vez que habla con ellos.
Y, cómo no mentir?
Cómo decirle la verdad cuando la verdad es tan terrible que sólo con mentiras puede olvidarla un poquito?
Maina recuerda cuando llegó. Era tan joven, tan inocente. Hoy sabe que también era hermosa, pero todo eso ha quedado atrás. Maina sólo sabe que para sobrevivir ha tenido que mentir, que mentirse.
Maina llegó a este país llena de energía. De ilusiones, quería ganarse la vida, encontrar un marido, tener una linda casa y unos hijos. Maina llegó llena de esperanza.
Todas las personas que conocía decían que era un país en el que se vivía muy bien, que se ganaba mucho dinero, que todo era bonito.
Maina llegó y en pocos días descubrió que había muchas cosas hermosas, pero también descubrió que había mucha gente mala.
Pronto se vio obligada a hacer algo que nunca, ni en sus peores pesadillas, había imaginado.
Pronto se sintió tan sucia, tan vejada, que empezó a mentir, a mentirse.
Lo primero que hizo fue convencerse a sí misma que lo que estaba haciendo no era tan malo, que muchas mujeres lo hacían.
Sólo engañándose podía iniciar cada mañana un nuevo día.
Poco a poco Maina fue olvidándose de sus sueños y poco a poco se volvió fría y calculadora.
Poco a poco Maina se convenció de que o se adaptaba a su nueva vida o moría. Y Maina no quería morir, quería vivir.
A Maina la obligaron a hacerlo y cuando consiguió cerrar los ojos, anular los sentidos y no pensar, Maina consiguió sobrevivir...
Ahora Maina seguía haciéndolo, pero controlaba la situación. Maina era su jefa, marcaba horarios, marcaba precios.
A pesar de los que cada sábado enviaba a su país, de lo que le costaba mantenerse, Maina tenía unos buenos ahorros.
Maina había perdido la ilusión que tenía cuando era joven (Maina ya no se sentía joven a pesar de tener tan sólo 25 años) pero ahora tenía ahorros y poder sobre algunos hombres importantes que hacían por complacerla al ser complacidos.
Maina miraba su nuevo apartamento y pensaba que era tan hermoso como los ideales que había perdido para conseguirlo.
Maina no medía el precio de las cosas en dinero. Las cosas, todas la cosas costaban un número de hombres, no una cantidad de euros.
La Maina de ahora sabía que el apartamento había costado muchos números de hombres y demasiados números de sueños.
Maina no había elegido ser, pero sí había elegido estar.
No quería pensar, sólo quería triunfar.
Maina ya no quería conseguir sueños, quería cumplir objetivos y sabía que cuando los alcanzara, ellos olvidarían cómo los había alcanzado al igual que olvidaban que ellos, sólo ellos la había iniciado en el camino.
Maina miró el apartamento y vio que estaba impoluto. Sí, Maina tenía un apartamento hermoso, una cuenta corriente llena y un corazón vacío.